14 de marzo de 2015

El pasaje del miedo

Texto de María Bautista
Ilustración Ana Villavicencio
Tito esperaba con impaciencia que llegara el viernes. Aquel día se iba de excursión al parque de atracciones. Tito quería montarse en todo: en las sillas voladoras, en el barco vikingo, en la montaña de agua o en la araña.
- ¿En todo? ¿También en el pasaje del miedo? – le preguntó con picardía Tomás.
Tomás era el hermano mayor de Tito y se pasaba el día gastándole bromas: le escondía todas las parejas de sus calcetines para que Tito tuviera que ir con un calcetín de cada color, le cambiaba los juguetes de sitio para que nunca los encontrara, cambiaba sus lápices de colores por lápices negros o ponía celo en sus tijeras para que no pudiera abrirlas. Se reía de él porque era el pequeño así que Tito quiso demostrarle que ya era mayor y afirmó convencido:
- Pues claro. A mí no me dan miedo esas cosas…
- Toc, toc, toc
- ¿Qué suena? ¿Quién está ahí abajo?
- Toc, toc, toc…¡el vampiro del pasaje del miedo que ha venido a verte!
- Claro que los monstruos existen pero solo tienen poderes en los libros.
- Pero… ¿y los que había en el parque de atracciones?
- Esos son los seres malvados que un día, cansados de los libros, decidieron salir de sus novelas. Pero cuando salieron de los libros descubrieron que ya no tenían poderes y encima eran tan feos que todo el mundo les señalaba por la calle.
- ¿Y qué hicieron?
- Pues los monstruos decidieron irse a la peluquería, para ver si cortando sus pelos verdes, azules y morados, daban menos miedo.
- ¿Y los vampiros?
- Pues se fueron al dentista, ¡querían que les quitaran aquellos colmillos!

- Y entonces, ¿ahora son gente normal?
- ¡Qué va! Por más que intentaron quitarse su aspecto de monstruos, no lo consiguieron. Así que montaron el pasaje del miedo para poder estar ahí sin que nadie les señalara por la calle.
- ¿Así que todos aquellos monstruos del parque de atracciones son reales?
Pero cuando Tito entró en aquel pasadizo y vio a aquellos vampiros con colmillos afilados, largas melenas y ojos rojos, los monstruos peludos y verdes, las brujas sin dientes y los hombres lobos aullando sin parar se asustó tanto que no pudo dormir sin tener pesadillas durante tres noches seguidas.
Desde entonces, las bromas de Tomás cambiaron. Una noche, mientras Tito se lavaba los dientes, Tomás se escondió debajo de la cama y cuando su hermano estaba metido en la cama leyendo, empezó a dar golpes al colchón.
Cuando Tito, muy asustado, comenzó a lloriquear, Tomás salió de su escondrijo sin parar de reírse:
- ¡Cómo puedes ser tan inocente! Los vampiros no existen.
Aquella broma se repetía de vez en cuando. A veces, Tomás era el coco, otras una bruja malvada que venía a convertirlo en ratón, otra un monstruo verde que, cansado de dormir en el suelo quería apoderarse de la cama de Tito. Y la broma acababa siempre igual, con Tomás riéndose a carcajadas y Tito muy asustado:
- Pero Tito… ¡si los monstruos no existen!
Pero Tito no lo tenía tan claro. Para empezar, si no existían todos esos seres, ¿quiénes eran aquellos que habían visto en el pasaje del miedo? Además, si había tantos libros sobre monstruos, brujas, fantasmas, vampiros y lobos… ¿no sería verdad que existían? Así que un día decidió hablar con Mamá.

- Claro, pero no pueden hacernos nada. Sin los libros, no tienen poderes.
 Aquella noche, cuando Tomás, escondido debajo de su cama, comenzó a hacer ruiditos, Tito no le hizo ni caso.
- Si eres un monstruo de verdad y te has escapado de un cuento… ¡no me das miedo porque ya no tienes poderes! Y si eres Tomás… ¡pues tampoco me das miedo! Así que déjame que siga leyendo.

Y por más que Tomás trató de convencerle de que era un monstruo de verdad, no hubo manera de asustar a Tito. Por fin había comprendido que los monstruos, las brujas, los vampiros y los fantasmas solo eran malos en los cuentos.

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