Texto de María Bautista
Ilustración Ana Villavicencio
Tito
esperaba con impaciencia que llegara el viernes. Aquel día se iba de excursión
al parque de atracciones. Tito quería montarse en todo: en las sillas
voladoras, en el barco vikingo, en la montaña de agua o en la araña.
-
¿En todo? ¿También en el pasaje del miedo? – le preguntó con picardía Tomás.
Tomás
era el hermano mayor de Tito y se pasaba el día gastándole bromas: le escondía
todas las parejas de sus calcetines para que Tito tuviera que ir con un
calcetín de cada color, le cambiaba los juguetes de sitio para que nunca los
encontrara, cambiaba sus lápices de colores por lápices negros o ponía celo en
sus tijeras para que no pudiera abrirlas. Se reía de él porque era el pequeño
así que Tito quiso demostrarle que ya era mayor y afirmó convencido:
-
Pues claro. A mí no me dan miedo esas cosas…
-
Toc, toc, toc
-
¿Qué suena? ¿Quién está ahí abajo?
-
Toc, toc, toc…¡el vampiro del pasaje del miedo que ha venido a verte!
-
Claro que los monstruos existen pero solo tienen poderes en los libros.
-
Pero… ¿y los que había en el parque de atracciones?
-
Esos son los seres malvados que un día, cansados de los libros, decidieron
salir de sus novelas. Pero cuando salieron de los libros descubrieron que ya no
tenían poderes y encima eran tan feos que todo el mundo les señalaba por la
calle.
- ¿Y
qué hicieron?
-
Pues los monstruos decidieron irse a la peluquería, para ver si cortando sus
pelos verdes, azules y morados, daban menos miedo.
- ¿Y
los vampiros?
-
Pues se fueron al dentista, ¡querían que les quitaran aquellos colmillos!
- Y entonces, ¿ahora son gente normal?
-
¿Así que todos aquellos monstruos del parque de atracciones son reales?
Pero
cuando Tito entró en aquel pasadizo y vio a aquellos vampiros con colmillos
afilados, largas melenas y ojos rojos, los monstruos peludos y verdes, las
brujas sin dientes y los hombres lobos aullando sin parar se asustó tanto que
no pudo dormir sin tener pesadillas durante tres noches seguidas.
Desde
entonces, las bromas de Tomás cambiaron. Una noche, mientras Tito se lavaba los
dientes, Tomás se escondió debajo de la cama y cuando su hermano estaba metido
en la cama leyendo, empezó a dar golpes al colchón.
Cuando
Tito, muy asustado, comenzó a lloriquear, Tomás salió de su escondrijo sin
parar de reírse:
-
¡Cómo puedes ser tan inocente! Los vampiros no existen.
-
Pero Tito… ¡si los monstruos no existen!
Pero
Tito no lo tenía tan claro. Para empezar, si no existían todos esos seres,
¿quiénes eran aquellos que habían visto en el pasaje del miedo? Además, si
había tantos libros sobre monstruos, brujas, fantasmas, vampiros y lobos… ¿no
sería verdad que existían? Así que un día decidió hablar con Mamá.
Aquella noche, cuando Tomás, escondido debajo
de su cama, comenzó a hacer ruiditos, Tito no le hizo ni caso.
- Si
eres un monstruo de verdad y te has escapado de un cuento… ¡no me das miedo
porque ya no tienes poderes! Y si eres Tomás… ¡pues tampoco me das miedo! Así
que déjame que siga leyendo.
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